Hace unos días recibí de mi padre una película en dvd que hace años habíamos visto en familia, El hombre Bicentenario, protagonizada por Robin Williams, e inspirada en un cuento de Isaac Asimov.
La película trata sobre un androide que es vendido por una empresa especializada en robots para funciones domésticas. Este androide es llamado Andrew por la familia que lo adquiere. Con el tiempo, la “familia” de Andrew comienza a darse cuenta que éste podía desarrollar, dentro de lo posible, sentimientos y emociones, y aunque no puede demostrarlo mediante expresiones faciales, todo lo que ocurre a su alrededor le afecta directamente.
Andrew comenzó a formar parte de esta familia, donde pasó de ser un robot doméstico a un integrante más, que progresivamente se superaba e iba adquiriendo nuevos conocimientos y destrezas similares a las de los humanos.
Sin embargo, desde mi visión, lo más significativo de esta película es que el robot lucho con una voluntad inquebrantable por ser más humano. Pues dentro de su "condición de máquina", observaba con admiración los dones de que habían sido dotados los humanos; las emociones, los sentimientos, las relaciones, las artes, e inclusive el valor que tiene la muerte.
Como lección; Si un robot valora la vida y su significado, como no lo va hacer un humano. Sin embargo, generalmente no lo hacemos, todo lo contrario. Hemos luchado por "robotizarnos cada vez más", en vez de aprovechar nuestra bendita condición y luchar día a día por humanizarnos más.
Alejandro Zavala
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