'El verdadero amor no es más que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien en verdad es', escribió Saint Exupery. Y probablemente esa es la esencia de un buen líder.
El amor, necesariamente es abarcante, requiere de la comprensión, del diálogo, la entrega, el deseo del bien del otro. Lejos de ser un concepto banal, el amor es la base, el origen de nuestra identidad. Sin amor no hay confianza, capacidad de entrega, cooperación, comprensión, ánimo, coraje, creatividad... liderazgo.
Las aproximaciones cartesianas, tan útiles y necesarias en la ciencia ortodoxa, han eliminado al amor de su paradigma y en consecuencia, de cuánto ellas se ha derivado; el resultado facilita la alienación y el análisis carente de lo esencial.
La ciencia contemporánea se construye simplemente desde aquello que es medible, cuantificable, pesable, parametrizable. El amor, queda fuera. Considerado un sentimiento romántico, ñoño, banal, mal entendido, hemos descartado la reflexión sobre que implica el arte de amar en el entorno económico o empresarial. Pocos, casi nadie, se atreven a nombrar ese concepto en tales foros.
La economía que conocemos ha bebido por analogía de modelos derivados de la física, en los que ‘no tenía ningún sentido’ incluir la reflexión sobre lo emocional, lo sensible, ‘lo amable’. Paradigmas basados en modelos mecánicos donde la utilidad o la racionalidad cerraban la puerta a la esencia del ser humano y han generado desde el incremento espectacular de la prevalencia de la depresión hasta la pérdida del sentido. El empleado y el cliente ‘objeto’ son el resultado llevado al extremo de tal falta de consideración. Para qué sirve la Estrategia si no tenemos claro el Sentido de nuestro trabajo y vida. Y sin Amor es imposible definir este Sentido.
Cada vez más abundan las voces que reclaman un nuevo paradigma que, lejos del sentimentalismo pero también del racionalismo cartesiano inviten a recuperar el amor. No podemos hablar de lo humano si descartamos el amor. Hemos aislado demasiado tiempo el ingrediente esencial, es lógico por tanto, que la ecuación no cuadre y que, empezando con Goleman, Covey o tantos otros, el discurso triunfe.
Incluso Peter Drucker lo denunció, antes que otros: 'todas las dimensiones de lo que supone ser un ‘ser humano’ y ser tratado como tal, no han sido todavía incorporadas al cálculo económico del capitalismo'. Ya va siendo hora.
Alex Rovira
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